Después de tres horas de caminar penosamente por una picada que ni las bestias transitaban; llegué a una chocita enclavada en medio de la montaña.
Los primeros en recibirme fueron unos perros famélicos que lastimosamente movían sus colas de un lado al otro olfateando mis botas y mis pantalones enlodados hasta las rodillas.
Estaba reventado; no en balde uno suma años a su vida y el cuerpo como que se destempla y se ponen flácido los músculos y duras las coyunturas de los huesos.
Todo te duele, hasta el último huesito.
¡Buenas...!
Buenas.__ contestaron desde adentro de la chocita.
Salía humo de una chimenea improvisada, el fogonero estaba encendido; podía adivinarse por el chirrido de la leña seca cuando prende lumbre.
Cuatro niños; dos varones y dos mujeres asomaron sus cabecitas desde el hueco que hacía de entrada a la choza y tapándose la boca se ponían a reír en una mezcla de timidez y pena ante la presencia de un hombre extraño como yo.
Pase… pase.__ Oí una voz femenina desde adentro.
¿En qué le puedo servir?
Ando buscando al Teniente López ¿Se encuentra él?
¿Y para qué lo quiere?
La mujer volvió su rostro hacia mí; era una mujer de unos 60 años, fuerte, de buen temple.
Una mujer campesina de esas que cuando nacen se pegan a la teta de la vaca y la dejan seca de leche.
Usted debe ser Doña Tula; hermana de Petrona; le traigo un encargo de ella: unas cuajaditas; unas tortillas recién hechas, café de grano, azúcar, sal, aceite y pan.
"Aquí lo tiene."___ le dije extendiéndole un saco macen que ya me traía chimado el condenado.
Doña Tula; agarró el saco con cuidado y lo puso en la única mesa de madera que tenía la choza.
Siéntese amigo; allí tiene una pata de gallina. ¿Quiere un poquito de café?
Asentí con la cabeza y me senté a observar los movimientos ágiles de esa mujer; movía los tizones del fogonero con una sola mano; acomodando rápidamente la porrita del café.
Los niños en la entrada observaban.
¡Vayan para afuera a jugar niños!__ ordenó Doña Tula con voz enérgica.__
¡Nada de estar velando a la visita que es mala educación!
Los niños no dejaron que Doña Tula les dijera dos veces la orden y desaparecieron en un santiamén.
Con cierta dificultad puso en la mesa un jarro de café y un pedazo de pan del que había traído y se sentó Doña Tula.
Sabrá usted que el Teniente López ya no está con nosotros.
No. No lo sabía. Contesté en voz baja; mientras apuraba un sorbo de café
¿Mi hermana la Petrona no se lo dijo?
No. No me dijo nada. Solo me dijo que platicara con usted.
Bueno; al pobre hombre solo vainas le habían pasado.
Primero lo jodieron en la guerra, usted sabe. Lo dejaron como mono mal tirado; en pedazos.
Al poco tiempo de eso; lo dejó su mujer, la María, por otro hombre más joven; un ganadero de Río Blanco y se fue "fugada" con él; dejándolo con sus tres hijos mayores: La Ana de 15 años que a los pocos días se la robó un hijo de Tacho y vive por aquí nomás a una hora de camino. La Rosa y Goyito que están afuera jugando. Ella solo se llevó al "cumiche" que nació cuando López andaba movilizado.
¿Y los otros dos niños? Le pregunté. Esos son los míos; los mas pequeños. Los más grandes ya tienen su vida hecha.
¿Cuénteme y qué le pasó al Teniente López?
Pues después que vino a su casa; solo vivía en pleitos con su mujer; ella le reclamaba que por su culpa había quedado desgraciado; sin trabajo y que eso le había perjudicado a ella y a toda la familia.
El hombre después que ella lo abandonó y los dejó con sus 3 hijos mayores comenzó a beber y a beber; no paraba.
Después se le fue la hija mayorcita que era la que atendía las labores de la casa.
Yo le estuve cuidando la casa y los chavalos por un tiempo hasta que la mujer me dijo que ya no me necesitaba y me regresé al pueblo.
Usted sabe que venimos de largo huyendo de la guardia de Somoza.
En eso él tomó la fatídica decisión. Se ahorcó en una solera.
Nos dimos cuenta por que los chavalos caminaron hasta el pueblo a dar aviso.
En la reunión de la Cooperativa se decidió que como yo no tenía donde vivir me viniera para acá y me hiciera cargo de sus hijos. Y aquí estoy, sobreviviendo con lo poco de la siembra y la ayuda que me mandan del pueblo; mas que todo productos básicos como los que usted me trajo.
Nos quedamos en silencio.
Podía sentir en el ambiente ese vacío que solo lo da la miseria; la pobreza extrema.
Saqué un dinero de la cartera y se lo di a Doña Tula: “tome para que se compre algo y le compre algo a los niños.”
"Pero señor; yo no puedo pagarle"._ me dijo la señora.
No me debe nada; este dinero yo se lo debía al Teniente López.
La mujer no muy convencida asintió con un ligero ademán, tomó el dinero, lo envolvió rápidamente en un pañuelito y se lo acomodó en el escote.
Me levanté y le dije que tenía que irme por que no quería que me agarrara la noche en el camino.
Al levantarme pude observar que en una de la paredes de madera rústica de la choza; junto a un rosario, estaba colgada una medalla "Camilo Ortega" en oro. La de un Héroe de la Patria; el Teniente López.
Me despedí salí hacia el patio y le di unos confites a los niños que andaba en la bolsa del pantalón; todos saltaban de alegría.
Por cierto señor ¿Como se llama usted?
Dionisio, Doña Tula. Amigo del Teniente López.
Comencé a caminar en la dirección del pueblo seguido por la mirada de esos niños que no sabían por qué no tenían padre; que no sabían por qué no iban a la escuela; que no sabían, maldita sea, por qué no tenía nada qué comer.
Acompañado en mis pensamientos por el recuerdo de un hombre que su único pecado era haberle servido a su patria: el Teniente López.
Homero.
Los primeros en recibirme fueron unos perros famélicos que lastimosamente movían sus colas de un lado al otro olfateando mis botas y mis pantalones enlodados hasta las rodillas.
Estaba reventado; no en balde uno suma años a su vida y el cuerpo como que se destempla y se ponen flácido los músculos y duras las coyunturas de los huesos.
Todo te duele, hasta el último huesito.
¡Buenas...!
Buenas.__ contestaron desde adentro de la chocita.
Salía humo de una chimenea improvisada, el fogonero estaba encendido; podía adivinarse por el chirrido de la leña seca cuando prende lumbre.
Cuatro niños; dos varones y dos mujeres asomaron sus cabecitas desde el hueco que hacía de entrada a la choza y tapándose la boca se ponían a reír en una mezcla de timidez y pena ante la presencia de un hombre extraño como yo.
Pase… pase.__ Oí una voz femenina desde adentro.
¿En qué le puedo servir?
Ando buscando al Teniente López ¿Se encuentra él?
¿Y para qué lo quiere?
La mujer volvió su rostro hacia mí; era una mujer de unos 60 años, fuerte, de buen temple.
Una mujer campesina de esas que cuando nacen se pegan a la teta de la vaca y la dejan seca de leche.
Usted debe ser Doña Tula; hermana de Petrona; le traigo un encargo de ella: unas cuajaditas; unas tortillas recién hechas, café de grano, azúcar, sal, aceite y pan.
"Aquí lo tiene."___ le dije extendiéndole un saco macen que ya me traía chimado el condenado.
Doña Tula; agarró el saco con cuidado y lo puso en la única mesa de madera que tenía la choza.
Siéntese amigo; allí tiene una pata de gallina. ¿Quiere un poquito de café?
Asentí con la cabeza y me senté a observar los movimientos ágiles de esa mujer; movía los tizones del fogonero con una sola mano; acomodando rápidamente la porrita del café.
Los niños en la entrada observaban.
¡Vayan para afuera a jugar niños!__ ordenó Doña Tula con voz enérgica.__
¡Nada de estar velando a la visita que es mala educación!
Los niños no dejaron que Doña Tula les dijera dos veces la orden y desaparecieron en un santiamén.
Con cierta dificultad puso en la mesa un jarro de café y un pedazo de pan del que había traído y se sentó Doña Tula.
Sabrá usted que el Teniente López ya no está con nosotros.
No. No lo sabía. Contesté en voz baja; mientras apuraba un sorbo de café
¿Mi hermana la Petrona no se lo dijo?
No. No me dijo nada. Solo me dijo que platicara con usted.
Bueno; al pobre hombre solo vainas le habían pasado.
Primero lo jodieron en la guerra, usted sabe. Lo dejaron como mono mal tirado; en pedazos.
Al poco tiempo de eso; lo dejó su mujer, la María, por otro hombre más joven; un ganadero de Río Blanco y se fue "fugada" con él; dejándolo con sus tres hijos mayores: La Ana de 15 años que a los pocos días se la robó un hijo de Tacho y vive por aquí nomás a una hora de camino. La Rosa y Goyito que están afuera jugando. Ella solo se llevó al "cumiche" que nació cuando López andaba movilizado.
¿Y los otros dos niños? Le pregunté. Esos son los míos; los mas pequeños. Los más grandes ya tienen su vida hecha.
¿Cuénteme y qué le pasó al Teniente López?
Pues después que vino a su casa; solo vivía en pleitos con su mujer; ella le reclamaba que por su culpa había quedado desgraciado; sin trabajo y que eso le había perjudicado a ella y a toda la familia.
El hombre después que ella lo abandonó y los dejó con sus 3 hijos mayores comenzó a beber y a beber; no paraba.
Después se le fue la hija mayorcita que era la que atendía las labores de la casa.
Yo le estuve cuidando la casa y los chavalos por un tiempo hasta que la mujer me dijo que ya no me necesitaba y me regresé al pueblo.
Usted sabe que venimos de largo huyendo de la guardia de Somoza.
En eso él tomó la fatídica decisión. Se ahorcó en una solera.
Nos dimos cuenta por que los chavalos caminaron hasta el pueblo a dar aviso.
En la reunión de la Cooperativa se decidió que como yo no tenía donde vivir me viniera para acá y me hiciera cargo de sus hijos. Y aquí estoy, sobreviviendo con lo poco de la siembra y la ayuda que me mandan del pueblo; mas que todo productos básicos como los que usted me trajo.
Nos quedamos en silencio.
Podía sentir en el ambiente ese vacío que solo lo da la miseria; la pobreza extrema.
Saqué un dinero de la cartera y se lo di a Doña Tula: “tome para que se compre algo y le compre algo a los niños.”
"Pero señor; yo no puedo pagarle"._ me dijo la señora.
No me debe nada; este dinero yo se lo debía al Teniente López.
La mujer no muy convencida asintió con un ligero ademán, tomó el dinero, lo envolvió rápidamente en un pañuelito y se lo acomodó en el escote.
Me levanté y le dije que tenía que irme por que no quería que me agarrara la noche en el camino.
Al levantarme pude observar que en una de la paredes de madera rústica de la choza; junto a un rosario, estaba colgada una medalla "Camilo Ortega" en oro. La de un Héroe de la Patria; el Teniente López.
Me despedí salí hacia el patio y le di unos confites a los niños que andaba en la bolsa del pantalón; todos saltaban de alegría.
Por cierto señor ¿Como se llama usted?
Dionisio, Doña Tula. Amigo del Teniente López.
Comencé a caminar en la dirección del pueblo seguido por la mirada de esos niños que no sabían por qué no tenían padre; que no sabían por qué no iban a la escuela; que no sabían, maldita sea, por qué no tenía nada qué comer.
Acompañado en mis pensamientos por el recuerdo de un hombre que su único pecado era haberle servido a su patria: el Teniente López.
Homero.
5 comentarios:
Cuando leo estas historias siento un nudo en el estómago.
Parece como si las hubieras vivido.
Estimado Pau: Sentí la obligación moral de escribir esta historia. Es el lado feo de toda guerra. Las glorias por la que han luchado miles y miles de jovenes patriotas. El olvido del Gobierno y de la misma sociedad. El desprecio de tus mismos familiares. Gracias por tus comentarios. Un abrazo. H.
Se cierrasn las entrañas, pero aqui la sensacion es la misma.
Un abrazo d3esde MG
Así es SMG
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