Estaba en Rosita; un pueblo minero enclavado al nor-este de Nicaragua olvidado y pobre.
Como en Macondo; el tiempo giraba sobre sí mismo. Eran tiempos de guerra; escasez y hambre.
Unos amigos de España me habían regalado 5 bolsita de te y sólo me quedaba la última.
Arrimé a una casa en uno de su barrios para saludar a Doña Tula;una mujer luchadora y dirigente de su barrio.
Me senté en el porshe de su casa para agarrar aire; llena de taburetes y bancas de madera rústica, servían para los comensales que atendía a la hora del almuerzo.
Me ofreció un cafecito y antes de contestarle me acordé que andaba mi última bolsita de te y qué mejor que compartirlo con esta amiga.
Le pregunté que si tenía el fogón de leña prendido y me dijo que sí. Entonces le pedí que calentara agua para un te y le extendí la bolsita para que lo hiciera.
Ella no me dijo nada; tomó la bolsita de te y se la llevó a la cocina.
Transcurrieron varios minutos que se estiraron con la tarde que caía; tardaba más del tiempo necesario.
De pronto se apareció con dos tazas grandes de agua de te; tan diluida que se miraba el fondo de la taza y llena de pequeñas partículas de te.
Tula ¿Que hiciste?
Pues hacer el te que me pediste___ me contestó con aplomo.
Andá enseñame que fue lo que hiciste... y me condujo a la cocina donde me encontré una gran porra de agua hirviendo cuyo único contenido, además de abundante agua, era la única bolsita de te que me quedaba de las que me habían regalado los amigos de España, esparcida en ese montón de agua de la porra grande de Doña Tula.
Ella me vuelve a ver un poco asustada y me pregunta:
¿Qué no era así que lo querías?
La volví a ver y le dije:
Esta bien Tula... gracias.
Homero.
Como en Macondo; el tiempo giraba sobre sí mismo. Eran tiempos de guerra; escasez y hambre.
Unos amigos de España me habían regalado 5 bolsita de te y sólo me quedaba la última.
Arrimé a una casa en uno de su barrios para saludar a Doña Tula;una mujer luchadora y dirigente de su barrio.
Me senté en el porshe de su casa para agarrar aire; llena de taburetes y bancas de madera rústica, servían para los comensales que atendía a la hora del almuerzo.
Me ofreció un cafecito y antes de contestarle me acordé que andaba mi última bolsita de te y qué mejor que compartirlo con esta amiga.
Le pregunté que si tenía el fogón de leña prendido y me dijo que sí. Entonces le pedí que calentara agua para un te y le extendí la bolsita para que lo hiciera.
Ella no me dijo nada; tomó la bolsita de te y se la llevó a la cocina.
Transcurrieron varios minutos que se estiraron con la tarde que caía; tardaba más del tiempo necesario.
De pronto se apareció con dos tazas grandes de agua de te; tan diluida que se miraba el fondo de la taza y llena de pequeñas partículas de te.
Tula ¿Que hiciste?
Pues hacer el te que me pediste___ me contestó con aplomo.
Andá enseñame que fue lo que hiciste... y me condujo a la cocina donde me encontré una gran porra de agua hirviendo cuyo único contenido, además de abundante agua, era la única bolsita de te que me quedaba de las que me habían regalado los amigos de España, esparcida en ese montón de agua de la porra grande de Doña Tula.
Ella me vuelve a ver un poco asustada y me pregunta:
¿Qué no era así que lo querías?
La volví a ver y le dije:
Esta bien Tula... gracias.
Homero.