“Hola, quiero cortarme el pelo.”
“Sí amigo pase
adelante.” _
¿Cuánto
vale la pelada? __ 100 pesitos __ Me contestó el anciano, mientras me ponía una
sábana blanca; ajustó el sillón y tijeras en mano el anciano me comenzó a
contar mientras cortaba el pelo:
"En ese tiempo yo era aprendiz de barbero; eran los años 60 en esa Managua
llena de luces y colorido con sus grandes edificios y rótulos publicitarios. La
Avenida “Roosevelt”. Gente acomodada entrando a las tiendas con sus vitrinas
llenas de ropa y calzado; en la calle, niños y pordioseros viendo a través de
los escaparates.
Tenía 15 años. Trabajaba en la Barbería del “Gran Hotel” frente a la
“Inmobiliaria”, bajo la instrucción del Maestro “Don Dolores Baca” conocido
como “Maitro Lolo”. Eramos 2. Juan y yo.
Un día sábado, entró un hombre de mediana edad, de vestir sencillo y se sentó
frente al sillón de “Maitro Lolo”; como es costumbre, cada barbero tenía su
propia clientela y preguntó:
“¿Es usted el Maitro Lolo?”
“Sí señor ¿en qué le puedo servir?” _ respondió
“Maitro Lolo", sin dejar de mover rápidamente las tijeras, cortándole el
pelo a un parroquiano.
“¿Se va a cortar el pelo? Siéntese amigo” _ “Maitro Lolo”
volvió a ver a Juan y arrugó la cara:
“vos chavalo jodido, movete, ofrecele alguna revista al amigo mientras
espera.” _ Juan era el aprendiz más novato y “Maitro Lolo”
siempre lo estaba regañando, por que era el más lento y el más tonto.
El misterioso hombre se sentó y tomó una vieja selecciones de “Reader´s
Digest” que le había ofrecido Juan. Apenas la hojeó y la puso en la
mesita de al lado. Aunque yo estaba barriendo el piso, podía verlo a través de
los grandes espejos de la barbería. Frotaba sus dedos con impaciencia y de vez
en cuando posaba las manos en sus rodillas. Seguí barriendo sin dejar de
observarlo.
“¿Cuanto le falta maitro? _ “Maitro Lolo” lo volvió a ver
rápidamente y sin dejar de usar las tijeras le contestó:
“Pues mire amigo, todavía me faltan 4 clientes, tal vez una hora, pero
puede ser atendido por otro de mis colegas si lo desea...”
El hombre misterioso consultó el reloj se levantó y se fue: “Hay
regreso Maitro” _ pero no, no regresó. Nadie le tomó importancia.
Sábado a sábado llegaba este hombre misterioso, siempre a la misma hora,
cercana al mediodía; se sentaba unos minutos, consultaba con “Maitro Lolo”
cuantos clientes le faltaban y se iba.
Hasta que un sábado “Maitro Lolo” dijo gritando:
“Vení Juan, necesito que vayas a seguir a ese hombre y me digas donde se
mete, qué hace y por qué nunca regresa a cortarse el pelo, apurate sí y cuidado
se te pierde, tomá...” _ el “Maitro Lolo” le había dado un
billete de diez pesos a Juan:
“Movete, movete, pendejo muchacho” _ Juan salió corriendo y tiró la
puerta de vidrio de la barbería.
“Siempre hay gente loca o pendeja” _ masculló “Maitro
Lolo” mientras le arreglaba la barba a un cliente.
Había transcurrido como una hora y llegó Juan corriendo, agitado y sudoroso _
se había parado frente al sillón de “Maitro Lolo” y le dijo:
“Maitro Lolo, permítame tutearlo” _ “dirás vocearme chavalo mal
educado. A ver decime lo que me vas a decir: ¿Qué hizo? ¿adonde se metió
ese hombre?” _ Conozco a “Maitro Lolo”, Juan lo sacaba
de quicio.
“Es que no le voy a decir si no me permite tutearlo. ¿Puedo tutearlo?” _
Juan no dejaba de mover sus manos y sus piernas. Estaba agitado. _ "Maitro
Lolo" estaba rojo de la cólera:
“Dale pues hablá de una vez por todas chavalo jodido”
Juan agarró aire para hablar:
"Bueno, yo hice lo que usted me dijo: me fui detrás del hombre y lo
seguí unas cuantas cuadras, hacia abajo buscando el cementerio ¿y sabe donde se
metió? ¡En su casa! , viejo hijueputa ¡cabrón!"
Juan tiró la escoba, salió corriendo y gritó: “viejo cabrón”.
“Muy bueno” _ le dije al barbero bonachón, riéndome a
carcajadas.
Ya había terminado y
esperaban otros clientes que estaban escuchando atentamente la plática
entre nosotros.
Le extendí un billete de
cien pesos y le dije:
“Mucho gusto, mi nombre es Homero ¿y usted?”
El anciano me estrechó la mano y me dijo: “Mi nombre es Juan.”
En eso entró un anciano de aspecto noble, se sentó frente al sillón del barbero
y dijo:
“¿Cuanto le falta Maitro?”
Homero.